Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

lunes, 26 de noviembre de 2007

Nuestro Marcelino Camacho


Supongo yo que el homenaje a Marcelino Camacho que se celebra hoy en Madrid será realmente bonito, algo así como el concierto de año nuevo de la filarmónica de Viena, con un público muy selecto, de boato y oropel, como no, previa invitación, muy exclusiva por supuesto, que habla el señor Cuevas. Vayan pasando los señores sindicalistas y tomen asiento, es guapo y muy pulcro el Palacio de Congresos de Madrid, el mismo escenario donde se realizó el VI Congreso de CCOO en 1996. ¿Se acuerdan?. Yo no, era muy joven pero algo me han explicado los mayores. Al cabo de unos años imagínense un homenaje de Salieri a Mozart. Pues me parece muy bien.

Pasa que Marcelino Camacho pertenece a todos los trabajadores, una obviedad que conviene recordar y que por encima de la pompa y el relumbrón prima el sindicalista y la persona. El amigo y compañero Agustín Moreno escribe hoy en Público un artículo que recomiendo por dos razones: en primer lugar porque está muy bien escrito e incluso cita a Flaubert, un día hablaré de sindicalismo y literatura, y en segundo lugar porque se centra en la faceta humana de Marcelino Camacho, la del luchador obrero que jamás se doblegó, ni ante una dictadura infame y fratricida ni tampoco ante un patrón explotador y cicatero. Por ello nos satisface escribir que Marcelino Camacho no ha cambiado, que sigue viviendo en un modesto piso del barrio de Carabanchel llevando una vida sencilla y austera, que no se ha enriquecido y ni falta que le hace, y que sigue siendo fiel a sus principios y a la clase trabajadora, a los suyos. A eso yo le llamo honestidad.

Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La ruta de las cosas



¿Quien sería el Ramón Gómez de la Serna del siglo XXI?. No lo hay. Sencillamente, uno se tiene que conformar o no con graciosos de medio pelo, vanguardistas de salón que no dejan de ser unos auténticos caraduras y algunos trileros de la palabra escásamente brillantes. ¿Quién habla bien?, ¿Quién escribe cómo los ángeles?, ¿Quíen usa monóculo?. Son las grandes preguntas que me hago hoy siendo consciente de que no hallarán respuestas convincentes. El orador se enfrenta a la incomprensión, no es fácil engatusar al personal con una excelsa greguería o mediante el canto de sirena de una poesía socarrona. ¿Un orador político?. No. ¿Un mensaje de esperanza?. Pues tampoco. Ramón era un poco ajeno a todo ello, como buen esteta y burgués, literato de un ingenio afilado pero con mácula, bello y estético, lacerante y rumboso. Pura pose. Como aquella gansada que realizó en 1928 ante la cámara de un amigote suyo. Pero quien lo iguale que se preste a ello. Si es capaz, claro.

Para saber más sobre Ramón Gómez de la Serna haz clic aquí.

Pedro Luna Antúnez.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Serenamente Gregorio


En recuerdo de Gregorio López Raimundo y de todos los luchadores antifranquistas.

Tan necesitados como andamos de héroes y de grandes hombres es nuestra obligación moral recordar a Gregorio López Raimundo, luchador contra la dictadura franquista y Secretrario General del PSUC entre 1965 y 1977. El PSUC, el partido de los comunistas catalanes y hermano del PCE es sin duda un partido muy especial. Primero porque a diferencia de la gran mayoría de partidos comunistas no nació de una escisión sino que fue fruto de la unificación de una serie de organizaciones socialistas y comunistas. De las Juventudes Socialistas, por ejemplo, procedía Gregorio. Y segundo, porque fue el partido de los comunistas catalanes pero también el de los comunistas andaluces, extremeños, gallegos, murcianos o aragoneses que emigraron a la Cataluña de los años 50, 60 y 70, y esa unidad de todos los trabajadores fue una de las señas de identidad de un gran partido. No tuve la suerte de conocer personalmente a Gregorio aún habiendo coincidido con él en algunos actos del PSUC viu estos últimos años pero si algo me llamó siempre la atención fue la serenidad y sencillez que transmitía así como una dignidad mayúscula, la de un hombre que como miles de españoles de su generación sufrió la tragedia de su país, en el exilio, en la clandestinidad y en la cárcel. Eso sí, jamás se dio por vencido.

Hasta siempre, compañero Gregorio.

Pedro Luna Antúnez.

lunes, 12 de noviembre de 2007

El buen diplomático


Cuenta Moshe Lewin en El siglo soviético el enorme prestigio que se ganó Andrei Gromiko durante los veintiocho años que fue ministro de exteriores de la Unión Soviética, canjeándose incluso la admiración y el respeto de sus más feroces adversarios políticos. Parece ser que Andrei Gromiko era un personaje aburrido y algo gris, sobrio y sin sentido del humor, pero sumamente efectivo y hábil en las relaciones diplómaticas internacionales en unos años tan tensos y turbulentos como los de la guerra fría. Entre los diplomáticos de la época se afirmaba lo siguiente: “sólo si has sobrevivido a Gromiko después de reunirte con él durante una hora, puedes empezar a considerate un diplomático”. Una adveretencia no exenta de fascinación por la fugura del mandatario soviético. Ronald Reagan, ese mediocre actor y pésimo político que llegó a ser presidente de los EE.UU pudo comprobarlo personalmente. En uno de sus primeros contactos políticos a nivel internacional y tras una hora de reunión con el camarada Gromiko, regresó a la Casa Blanca inquieto y profundamente emocionado por la experiencia. Lo que Ronald Reagan no sabía es que el gobierno soviético había sugerido a Andrei Gromiko que por razones diplomáticas tratara bien al nuevo presidente yanqui. Andrei Gromiko que se caracterizó por ser un fiel servidor al estado soviético consiguió encandilar a una diplomacia internacional que al margen de prejuicios y trabas ideológicas supo reconocer y alabar el talento de un hombre extraordinario, alguien que comprendió que el arte de la política radica en el dialogo y como no, en la persuasión y en el poder de convencimiento.

La diplomacia actual es una comedia más bien grotesca. Hemos visto tambalearse a un achispado y beodo Yeltsin o como Berlusconi, ese mafioso distinguido y un reaccionario hasta las cachas, le pellizcaba el trasero a una azafata. Y ahora viene este Rey leguleyo y de pocas luces que es Juan Carlos I y manda callar al mismísimo presidente de Venezuela con un "¿por qué no te callas?" que pasará a la Historia de la tontuna y el absurdo. Claro que comparar a Andrei Gromiko con el Rey de España es como comparar a Mozart con "El Canto del Loco". Mandar callar a alguien para después largarse denota falta de argumentos y miedo a la verdad, y tanto Chávez como Ortega la dijeron. Como afirma Pascual Serrano en un artículo muy aconsejable de leer, por primera vez el Rey dijo algo que no le habían escrito, de manera espontánea y muy franco, lo que pasa es que se hizo un flaco favor a si mismo, mostrando sus vergüenzas y una escasa capacidad reflexiva, intelectual y diplomática. Para nuestra mayor desgracia, los españoles lo hemos de sufrir y ya son años arrastrando esta rémora. Demasiados, creo yo.

Salud y República.

Pedro Luna Antúnez.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Cine de autor


Estos días los he aprovechado para visionar de nuevo El sur y El espíritu de la colmena, las dos películas de Víctor Erice, ya sabéis, ese director serio y austero, un poco anacoreta, el J.D Salinger del cine español, un ermitaño con barba que jamás se dejará entrevistar por los del CQC, pero tampoco por el Punset o el Antonio Gasset. No le interesa ni la farándula ni la frivolidad del mundo moderno. Él en casa con su mujer Adelaida. Como en sus películas, refugiado en una casona entre la bruma y el aullido de los lobos, una casa como la del doctor Agustín, con su veleta oxidada y sus grandes ventanales. Lánguida y trágica posguerra, la maestra represaliada que hace punto y escucha a Schubert, el ovillo de lana rodando por el suelo, poesía en tonos sepia, romanticismo y tradición, la vieja biblioteca y las obras completas de Montaigne y Unamuno, lejos, muy lejos de la capital de provincias, del cine de barrio, del teatro y los cafés, lejos de los vencedores, caínes sempiternos. Victor Erice vendría a ser nuestro Bergman, bueno, podría ser también Truffaut o Godard, un intelectual del séptimo arte que lee los Cahiers du cinéma y se cartea con colegas tan sabihondos como él.

A mi no me gusta ni Almodóvar ni Amenábar y tampoco Aranoa, ese cine español que traspasa fronteras. En cambio sí me gusta Víctor Erice. Su cine, introspectivo y casi azoriniano, hurga en la belleza de lo cotidiano y en el lento transcurrir de la vida, en ese país llamado infancia, en nuestra memoria más recóndita y en la metáfora más sutil y precisa, en la poesía de un paisaje árido y seco, en el lenguaje del susurro y en nuestros temores, en esa España de posguerra, miserable y derrotada emocionalmente, en el exilio interior, en la soledad y en el desasosiego humano. Un cine que ningún otro director español ha conseguido igualar. Gente como Julio Médem o Montxo Armendáriz e incluso Garci han pretendido emular al maestro y aún obteniendo resultados más o menos favorables no han alcanzado la hondura poética de la obra de Victor Erice. Tal y como está hoy en día el cine español, véase El orfanato, no nos queda otra que recurrir a los clásicos y Víctor Erice que lo es, se nos presenta como una referencia ineludible. O al menos eso pienso yo.

Pedro Luna Antúnez.