Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

martes, 27 de noviembre de 2012

Crimen y castigo

Si existe una sociedad donde la separación entre lo oficial y lo real es cada vez más profunda ésa es la catalana. En los últimos treinta años medios de comunicación como TV3 o La Vanguardia nos han dibujado una Cataluña monolítica y casi de postal, como arrancada de las páginas de L´auca del senyor Esteve de Santiago Rusiñol, ese canto del cisne literario de la burguesía catalana de principios del siglo XX. Pero Cataluña es algo más que una comedia modernista. Es posiblemente la realidad política más compleja de España. Muy por encima del País Vasco donde las posiciones son más claras y extremas. Donde apenas caben cuatro fuerzas políticas delimitadas por la cuestión nacional.

En Cataluña caben los matices y la transversalidad. Incluso la ambigüedad. Si a ello le añadimos una población social y políticamente diversa no es casualidad que en el Parlament de Catalunya hayan entrado hasta siete fuerzas políticas que responden a su vez a siete tradiciones políticas bien asentadas. Siete que se convierten en nueve si partimos por la mitad dos coaliciones como CiU e ICV-EUiA. La izquierda va desde la socialdemocracia hasta la izquierda independentista pasando del ecosocialismo a la izquierda comunista. No menos atomizado es el eje nacional. Desde el nacionalismo español y el regionalismo democristiano hasta el independentismo pasando por el nacionalismo conservador y de un federalismo a otro: el asimétrico y el republicano. Incluso el españolismo presenta el hecho diferencial de Ciutadans en lugar de una UPyD que ha vuelto a fracasar en Cataluña al obtener menos votos que el PACMA o el Partido Pirata.

Pero olvidémonos de la aritmética y de los bloques nacionales. Se podrán hacer las cábalas que se quieran y sumar a unos partidos u otros dependiendo de su grado de afección a la patria. Ésa no es la clave. Lo será para vender periódicos y marear la perdiz. La clave es otra: el 25 de noviembre la Cataluña real vapuleó a la oficial. La Cataluña de los Yayoflautas de Bellvitge y la de las plataformas contra los desahucios derrotó a la de Felip Puig, Boi Ruiz y Felix Millet, a la Cataluña de las balas de goma, la corrupción y los recortes en sanidad. La otra gran derrota afectó a los imperios mediáticos. El talegazo de CiU pone de relieve el fracaso de una opinión pública institucionalizada hasta el tuétano. Cavernas mediáticas, expresión utilizada en Cataluña para referirse a la prensa madrileña, las hay en Madrid y en Barcelona. Decía Antonio Gramsci que un diario con 800.000 lectores es un partido político. En Cataluña hay un diario que supera con creces esa cifra: La Vanguardia. La cabecera del Grupo Godó es el ejemplo más paradigmático de la simbiosis entre los medios catalanes y el poder político en Cataluña. Su campaña de exaltación nacional iniciada tras la pasada Diada llegó a adquirir tintes de teatro del absurdo. No fueron los únicos por mucho que ahora otros traten de pescar en aguas revueltas.

Dos años de guerra declarada a la clase trabajadora no podían caer en el olvido. No puede haber crimen sin castigo. Especialmente para CiU. Aunque también para el PP y para un PSC-PSOE a la deriva. No dejan de ser los partidos de la Troika. Las políticas de austeridad y la destrucción de empleo han provocado que en Cataluña la tasa de pobreza haya crecido hasta el 30% y que uno de cada cinco catalanes corra el riesgo de engordar la estadística. Los recortes sociales del gobierno de CiU y la reforma laboral del PP, que tan alegremente apoyó CiU, han hecho a Cataluña más pobre. Pensar que ello no tendría incidencia alguna en las elecciones era propio de quien no ve más allá de su micro realidad. La patria mueve a las personas pero no les da de comer.

Las elecciones catalanas han rematado a un cadáver. El avance del independentismo y de la izquierda evidencia la superación del modelo constitucional de 1978. Exceptuando a las momias del bipartidismo, PSOE y PP, la constitución monárquica ya ni seduce ni convence a amplios sectores de la población. No lo hace por una razón muy sencilla; porque ya no sirve para garantizar las necesidades materiales más básicas y porque ha degenerado en una estafa pseudodemocrática. No es de extrañar que crezca el independentismo en Cataluña. Lo ha hecho no sólo en los últimos tres meses. El “sorpasso” de ERC al PSC y la entrada de la CUP demuestra que el auge social del independentismo camina al margen de CiU y que no sólo es producto del mesianismo de Artur Mas. Por último, el buen resultado electoral de ICV-EUiA no puede hacernos olvidar que las elecciones no son el fin sino el medio. El fin es cambiar el sistema. Es la República. Algo que deberían asimilar las direcciones de ICV y EUiA si pretenden seguir remontando el vuelo hasta alcanzar el techo histórico de los 25 diputados que consiguió el PSUC en las elecciones catalanas de 1980. En esta ocasión sólo se podrá hacer desde la unidad y ampliando las alianzas. Recordemos que sólo nueve meses después de las elecciones de 1980 se produjo la ruptura cainita del V Congreso del PSUC. Fue en enero de 1981. En las siguientes elecciones celebradas en 1984 el PSUC perdió 19 diputados y se quedó en 6.

Pedro Luna Antúnez.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Saltarse el guión

Un lugar común de las últimas tres huelgas generales son las reacciones del día después. Tanto a favor como en contra. Que tome nota el gobierno expresan los líderes sindicales. Fracaso sindical titula la derecha mediática. Las reacciones son parte de un guión ya escrito. Tanto es así que incluso algunos ya tenían redactada la crónica con anterioridad al desarrollo de la huelga. Luego se harán llamar periodistas. El caso es que ni el gobierno tomará nota ni la huelga puede haber fracasado cuando la misma prensa ultramontana habla de pérdidas de unos 4.000 millones de euros. Posiblemente ese guión responda a una necesidad: la que tenemos todos de leer aquello que queremos escuchar. Eso sí, capítulo aparte merece una prensa que a poco que rasques deja brotar un fascismo que si bien disimulaba hace algunos años ahora muestra con absoluto descaro.

En ese guión establecido sorprende que desde los sindicatos apenas se analice una realidad social que por sí sola puede condicionar el éxito o no de una huelga general. Igual más de uno se sorprende pero resulta que no todos los trabajadores cobran 1.500 euros mensuales. Ni siquiera la mitad. Son millones los trabajadores que aún apoyando la huelga no pueden hacerla. En primer lugar porque perder el salario de un día puede provocar que dejen de pagar el alquiler de su vivienda o que pasen hambre. En segundo lugar porque sobre ellos pesa la losa del despido sólo por el mero hecho de ejercer el derecho a la huelga. No es un fenómeno nuevo. Uno de cada cuatro españoles viven bajo el umbral de la pobreza. Pero no sólo los desempleados sufren condiciones de miseria y penuria. Por ello es necesario repensar la huelga general desde un punto de vista organizativo.

Se echan en falta voces que hablen de recuperar las cajas de resistencia sindicales. Muy pocos o casi nadie lo han hecho salvo honrosas excepciones. La de Don Jesús, por ejemplo, quien posee el don de la anticipación. Ahora bien, la pelota está en el tejado de las direcciones sindicales y son ellas las que tienen que dar el paso. De lo contrario se correría el riesgo de desvirtuar una herramienta tan poderosa como es la huelga general. Aunque sólo sea por evitar situaciones profundamente injustas no podemos caer en el error de no saber diferenciar entre un trabajador que se presenta en el piquete de la empresa con su Audi A3 dispuesto a trabajar “porque le sale de los cojones” y una cajera del Día que no hace huelga coartada por el régimen laboral de semiesclavitud al que está sujeta. En el primer caso un insulto como el de “perro esquirol” forma parte del juego. Sin embargo, observar en el segundo caso como alguien con trabajo fijo y un salario medio de 1.900 euros mensuales le dedica tal ofensa a una cajera con contrato eventual que gana 600 euros mensuales es cuando menos sonrojante.

Sería preciso que de cara a próximas huelgas, ya sean generales o sectoriales, alguien proponga saltarse el guión de las anteriores. No podemos dejar desamparados a millones de trabajadores y esperar de ellos un acto de martirio y heroísmo. Quizás la solución radique en hacer progresivas las cuotas de afiliación sindical según el nivel de rentas u organizar campañas de financiación colectiva para crear un fondo de resistencia que llegada la convocatoria de una huelga sirva para aliviar las extremas dificultades que padecen los más precarios. Por lo menos cabe esperar la solidaridad de aquellos que disfrutamos de una situación laboral más digna y estable. Esa es la idea, compañeros.

Pedro Luna Antúnez.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sobran manifiestos y catedrales que nos iluminen

Federalistas tan “ilustres” como Carlos Solchaga y Mario Vargas Llosa firman hoy en "El País" un manifiesto de intelectuales y profesionales a favor de una España federal frente la oleada soberanista de Artur Mas. Después de leer detenidamente el texto pienso que se ha desperdiciado una gran oportunidad para confrontar el debate identitario en Cataluña desde una perspectiva federal, republicana y democrática. Eso dicho de manera diplomática. Siendo menos suave diría simplemente que no se enteran. Porque si ése es el servicio que nos prestan los firmantes del manifiesto a aquellos que en Cataluña defendemos un Estado federal, mejor que se abstengan la próxima ocasión. Así lo ha expresado el maestro López Bulla en un breve pero acertado artículo. Un manifiesto que pretendía ser hermano del publicado en Cataluña hace unas semanas no deja de ser un mal remedo del anterior y ya sea por omisión o por desconocimiento de la realidad catalana, tropieza una y otra vez en lugares comunes y en la defensa de un marco político y jurídico que es precisamente donde se halla la raíz del problema.

Primer error. Hablar de federalismo y defender la Constitución de 1978. ¿Acaso proponen los firmantes una monarquía federal?. Ante tal disparate no podemos sino reaccionar con perplejidad y esbozar una sonrisa burlona a la vez. Ya no hay dicotomía posible. España será republicana o no será. Es el único encaje político que puede hacer confluir en un proyecto común a las diferentes realidades nacionales que conforman este país. El manifiesto en ningún momento cuestiona el régimen actual. Ni emplaza a transformarlo. Por no cuestionar, ni siquiera se hace la más mínima crítica a las políticas de recortes sociales del gobierno central del PP ni se rechaza la eclosión del nacionalismo español con el fin de tapar bajo la bandera monárquica la miseria social que padece actualmente España. Como es obvio, tampoco se cuestiona la monarquía. 

Segundo error. Reducir la oleada soberanista en Cataluña a CiU. Es cierto que CiU ha intensificado su perfil más nacionalista en los últimos meses. Lo ha hecho de manera interesada y con el propósito de borrar de un plumazo dos años de gobierno caracterizados por continuos hachazos contra los derechos sociales y los servicios públicos. Ahora bien, nos equivocaríamos si pensáramos que el millón y medio de catalanes que se echaron a la calle el 11 de septiembre eran en su totalidad votantes o simpatizantes de CiU. Artur Mas lo único que ha hecho ha sido subirse a una ola y en cierto modo hegemonizarla. Pero ésa es una ola que lleva años fraguándose desde plataformas y movimientos sociales en Cataluña. Podremos colocarnos una venda en los ojos e ignorar la realidad. Pero la realidad objetiva nos dice que en Cataluña el independentismo ha ganado base social y lo ha hecho al margen de CiU e incluso de los partidos de corte tradicional.

Tercer error. El manifiesto es parcial y recurre en exceso a los clichés políticamente correctos. Aún estando de acuerdo con algunos párrafos me resulta difícil creer la visión tan idílica y paternalista que transmite el manifiesto. Es verdad que desde ciertos sectores del nacionalismo catalán se tiende a engordar el victimismo y se aviva un sentimiento de rencor en contraposición con la supuesta catalanofobia existente en el resto de España. Pero hablemos claro. Tampoco los catalanes son recibidos con globos y serpentinas una vez cruzan el Ebro. Ya se han encargado algunos prohombres del nacionalismo español más rancio de que no sea así. Ahora se trata de traspasar esa perversa red tejida por ambos nacionalismos y desbaratar cualquier atisbo de fomentar el enfrentamiento entre los pueblos. En fin, que sobran manifiestos y catedrales que nos iluminen.

Pedro Luna Antúnez.