Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

jueves, 31 de enero de 2013

Volveremos

Barcelona, 10 de marzo, domingo por la mañana, manifestación convocada por la Cumbre Social. Un liberado dosmileurista se pregunta dónde están los seis millones de parados. Otro liberado, en este caso tresmileurista, le contesta que siempre se echan a la calle los mismos. Que aún así, volverán dentro de seis meses porque ellos llevan indignados toda la vida. No como otros. Pues eso, volverán. O volveremos. Volveremos a manifestarnos por el centro de la ciudad. En defensa de un Estado del bienestar que ya no existe y a favor de unos servicios públicos que han sido privatizados. En contra del paro y de la corrupción. Si lo hubiésemos dejado en una manifestación “contra el Régimen” habríamos matado a tres pájaros de un tiro. Pero ni con esas. Volveremos a enarbolar nuestras banderas de plástico y volveremos a exigir la convocatoria de un referéndum. O la reanudación del diálogo social. Es nuestra cumbre social, la que se abre a los nuevos movimientos sociales. Ja. Volveremos a pasearnos. No a cuerpo; pues ni vivimos ni anunciamos algo nuevo. Volveremos a caminar a paso de procesión; como los beatos de misa diaria. Es la manifestación de los fieles. La del club. Un paseo de tres cuartos de hora. Luego volveremos a tirar las banderas de plástico en la primera papelera que veamos. Volveremos a tomarnos unas cañas. Volveremos a casa con algo de prisa. Es domingo y toca paella. Volveremos el lunes al trabajo y a la vuelta volveremos a ver las colas en el comedor social, a escasos metros de la sucursal de una entidad bancaria. De la misma que desahucia y deja sin hogar a los que hacen cola. Volveremos a pensar en clave de 2007. Volveremos a reproducir las luchas de poder de los últimos treinta y cinco años cuando hoy la única división real es quién es régimen y quién no. Volveremos a creer que seguimos viviendo en una democracia y que los trabajadores siguen disfrutado de los derechos sociales que nuestros mayores consiguieron tras años de luchas ejemplares. Volveremos a proponer nuevos modelos productivos y políticas industriales activas. Como un disco rayado. Volveremos a naufragar cuando suban las mareas; esas mismas mareas que nos pasarán por encima, arrolladoras, importantes, poderosas. Las mareas incrustan la arena en la roca. Agrietan los diques de contención del Régimen. Volveremos a afirmar que no vivimos tiempos de revolución sino de resistencia. Pues sigamos resistiendo hasta que nos comamos las cáscaras de los plátanos. Volveremos a exigir una reforma constitucional. La piden incluso aquellos que no se han leído El Gatopardo. Lampedusianos sin saberlo. Volveremos a hacer grandes análisis de la realidad. De nuestra realidad, claro. No de la realidad de los que se quedan sin casa. Sin curro. Sin futuro. No de la realidad de la periferia, de la que vive bajo el umbral de la pobreza. De la que busca comida en los contenedores de basura. Esa realidad no. No vaya a ser que lleguemos a una conclusión incómoda: que en pocos años el Capital se ha cargado décadas de conquistas sociales. Quizás así despertemos del prolongado sueño de la socialdemocracia y caigamos en la cuenta de una verdad irrebatible: donde antes habían derechos ahora sólo hay precariedad y donde antes existía una clase obrera ahora existen miles de clases obreras desestructuradas que subsisten algunas de ellas bajo condiciones de extrema pobreza. Pero cuando caigamos en la cuenta, volveremos. Esta vez sí. Y seremos millones.

Pedro Luna Antúnez.


domingo, 27 de enero de 2013

La Cataluña posnacionalista

Parafraseando al replicante Roy Batty, yo he visto cosas en Cataluña que vosotros no creeríais. Hubo una época en la que los debates políticos eran de cierto nivel. Aunque parezca mentira existían voces críticas. Contábamos, por ejemplo, con una serie de publicaciones teóricas de gran altura; algunas de ellas de Partido como Treball y Nous Horitzons, otras afines como Mientras Tanto y El Viejo Topo, y otras más apegadas a la tradición libertaria catalana como Ajoblanco. Es decir, había una élite cultural de izquierdas de peso. Uno de nuestros analistas más lúcidos fue Manuel Vázquez Montalbán. Manolo, para los amigos. Leer hoy en día sus artículos, plenamente vigentes, no sólo son un bálsamo para los tiempos que corren sino una guía para entender el presente.

En febrero de 2000, Vázquez Montalbán escribió un artículo en El País con un título casi profético: Hacia el posnacionalismo. Según el autor de Los mares del sur, el neonacionalismo pujolista consolidó su hegemonía social y cultural a raíz del fracaso del socialismo real. Posiblemente, la URSS no fuese el paraíso terrenal del proletariado. Pero su caída provocó, entre otros efectos, la sustitución el imaginario de la lucha de clases por el nacionalismo. En Cataluña el nacionalismo de derechas supo aprovechar la debilidad de la izquierda para integrarla en un nacionalismo interclasista en la forma pero con un componente esencialista muy profundo en el fondo. Algo, como es obvio, ajeno a la tradición internacionalista, laica y republicana de la izquierda. Vázquez Montalbán ya vislumbró con la maestría que le caracterizaba la llegada del posnacionalismo. Del nacionalismo después del nacionalismo. 13 años después de la publicación de su artículo podemos afirmar con rotundidad que el posnacionalismo ha triunfado en Cataluña. Lo ha conseguido con la ayuda inestimable de la izquierda. Con solemnidad y pompa histórica. Como si hubiesen hallado el Santo Grial. Ya sabemos que el nacionalismo siempre se alimentó de cierto romanticismo.

Nacionalistas (re)escribiendo la historia. Peligro. Los nacionalistas de un signo o de otro tienen la costumbre de mangonear la historia a su antojo. La historia buena es aquella que sirve para sus intereses. Si es necesario se la inventan. O la idealizan cual fábula medieval. Leyendo el preámbulo la declaración soberanista aprobada hace unos días por el Parlamento de Cataluña, uno tiene la impresión de no estar leyendo una declaración sobre el legítimo derecho a decidir de los pueblos sino un relato épico sobre las esencias de la nación aderezado con instituciones seculares, cortes medievales y guerras de sucesión. Como si pudiéramos trazar sin más una línea recta entre la Cataluña del siglo XI y la del siglo XXI. Si tanto nos apasiona el ideal caballeresco acudamos a la literatura y leamos el Cantar de Mio Cid o Tirant lo Blanc. Pero dejemos de hacer política pensando en las revueltas nobiliarias de hace diez siglos.

¿Derecho de autodeterminación? Claro que sí. La izquierda siempre ha defendido el derecho de los pueblos a decidir su propio futuro. Recordemos que durante el franquismo muchos comunistas del PSUC, algunos de ellos andaluces, aragoneses o castellanos, se jugaron la vida por defender las libertades de Cataluña mientras la burguesía catalana estrechaba la mano del dictador y se llenaba los bolsillos. Lo que jamás hizo la izquierda fue amparar discursos metafísicos sobre la nación. Aquella izquierda, heredera de la Segunda República y forjada en la lucha contra la dictadura, sabía muy bien cuál era la clase de sociedad a la que aspiraba. Una sociedad que en ningún caso respondía a parámetros identitarios o estéticos sino que surgía de la necesidad de garantizar los derechos más básicos a la población. Luchaban por la plena libertad, la igualdad y la justicia social. Aspiraban a un nuevo catorce de abril.

Pedro Luna Antúnez.